Hace ya unos cuantos meses tuve que volver a aquella zona de Madrid en la que me pasé tanto tiempo trabajando. Lo que aquel día me llevó hasta allí fue un sencillo trámite, uno de esos papeleos tontos pero imprescindibles para sobrevivir en la burocratizada de hoy.
Al terminar la rápida visita, ya con el trámite finalizado y la conciencia de ciudadano tranquila aproveché y me tomé algo de tiempo para pasear camino de la estación de metro. ¿La intención? No era otra que recordar buenos momentos. Ya saben ustedes: conversaciones profundas de media hora junto a un café (por aquel entonces no era consciente de mis problemas de tensión), caminatas de largas zancadas de vuelta a la oficina por haber ido demasiado lejos a la hora de la comida… lo normal.
Lo que no fue tan normal fue aquella sensación al pasar junto a un local. Me sentí un poco vacío, desesperanzado, apenado al ver que un restaurante cubano ahora era un sencillo bar del montón. Lo extraño era que nunca había ido a ese restaurante, lo extraño era que no conozco la gastronomía cubana, lo extraño era que ni siquiera recuerdo el nombre del lugar. Sencillamente me dedicaba a pasar por ahí y a pensar “A ver si un día, cuando salga pronto, me acerco y pruebo”. ¿Por qué ocurría aquello? No voy a decir algo tan cursi como que sentí la honda decepción de un sueño no cumplido. ¡Por Dios! Sólo era un restaurante, no una visita a una Venecia que se hubiera hundido para siempre en el mar.
Supongo que la nostalgia puede no tener forma pues, al fin y al cabo, es una sensación. Supongo que la nostalgia tampoco entiende de pasados, futuros o hipotéticas situaciones. Supongo que sencillamente la nostalgia va de aquellos momentos en los que uno se siente bien y se pierden. Es muy probable, incluso, que sólo sintiera nostalgia por la posibilidad de no poder pasar por la calle donde estaba mi antigua oficina y no poder reconocer ni siquiera aquellos lugares que me hubiera gustado visitar.
Ya se me pasará, como se me han pasado muchas neuras pero, hablando mal y pronto, lo jodido es ver que el tiempo te ha quitado incluso la ilusión de la ilusión, valga la redundancia.
En fin, creo que es mejor dejarlo. Es muy probable que, de haber ido, ni siquiera me hubiera gustado aquel restaurante.