Da Vinci, su bici y los sabios ignorantes

Han pasado ya tres años desde que fui a aquella exposición sobre Leonardo da Vinci en el Centro de Exposiciones Arte Canal de Madrid, pero -lo que son las cosas- sigo reflexionando mucho acerca de ella.

Me llamó la atención la cantidad de gente que había pese a que, todos lo saben y hasta hay quien presume de ello, los españoles no somos muy dados a la cultura. Quizá se tratase de una de esas veces en las que al público le da un venazo y se vuelve loco con una muestra de algún genio.

Parece que me quejo; pero juro que me parece bien que pasen este tipo de cosas: mejor hacer cola para ver a Leonardo que formar un tumulto para ver a Belén Esteban presentando una línea de ollas y sartenes en el Carrefour (juro que lo vi).

Sin embargo había algo que me pareció un poco triste; y fue ver cómo bastantes de los asistentes iban a ver la exposición de una manera un tanto, con perdón, “cateta”: me refiero a aquellos padres que parecían llevar a sus hijos; pero que no prestaban atención a las obras, como si el “que inventen ellos” de Unamuno se hubiera transformado en un “que se formen ellos”.

Igualmente me refiero a aquellos que iban de adoradores de Leonardo, pero en realidad sabían más bien poco de él. Un ejemplo: recuerdo que el punto fuerte de la muestra era la reconstrucción de los ingenios del autor -ya sabéis: artilugios voladores, paracaídas, máquinas de guerra… -; por supuesto estaba el montaje que nunca puede faltar cuando se habla del genio, la dichosa bicicleta que se adelantó a su tiempo. Bien, uno de los visitantes se paró ante el artilugio y dijo extasiado, casi con lágrimas en los ojos, “él ya lo había hecho”; por supuesto no había leído la nota en la que se explicaba que realmente da Vinci no había diseñado ninguna bici, sino que había diseñado los elementos que, en su conjunto, habrían formado una.

Para rematar esa sensación que se podría resumir en “¿pero esta gente de qué va?” citaría que a unos pocos metros había un artilugio que Leonardo diseñó para que los relojes no se atrasaran; por supuesto nadie le hacía y caso y los pocos que leían cuál era la función del objeto apartaban la vista diciendo “no me he enterado de nada”. Igual me paso de pedante, pero el nivel de pensamiento abstracto que debió tener para crear semejante cacharro en aquella época me pareció más digno de admiración que una bici que muchos, incluso, consideran un fraude.

Lamentablemente no recuerdo mucho más de la exposición (yo y mi tendencia de ver el vaso siempre medio vacío); pero sí recuerdo la sensación a la salida, un sentimiento de pena: nos creemos sabios, pero no somos más que ignorantes que leen las primeras líneas de un folleto, crédulos que prefieren la maravilla deslumbrante al análisis detenido. En fin… gente que se asombra al ver algo tan sencillo como dos ruedas y una cadena; pero ve con escepticismo e indiferencia lo que realmente es complejo, lo que le obligaría a perder su valioso tiempo aprendiendo.

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